La V República enarbolada por Hugo Chávez Frías para indicar una nueva era política y de gobierno en Venezuela en 1998 llega a su fin y con ello el chavismo. Nicolás Maduro la entierra para poder seguir en el poder, dando origen al madurismo.

Los 22 años que duró dejan un país fracturado. Una sociedad con un Estado acabado institucionalmente. Pdvsa ya no es el motor de la economía. La estatal petrolera pasó de producir 3.000.000 de barriles diarios en el inicio de la era de Chávez a un poco más de 700.000 barriles por día este año. La Fuerza Armada Nacional no garantiza la soberanía nacional del territorio. El Banco Central de Venezuela ha destruido la confianza en la moneda, desde 2008 han aplicado 3 reconversiones y le han quitado 14 ceros al bolívar. El Poder Legislativo y el Judicial se han convertido en instrumentos para criminalizar la disidencia. La población ha tenido que migrar en busca de mejores condiciones de vida, alcanzando una cifra récord en el mundo de 6.800.000 personas ―más del 20% de la población―, según cifras de las Naciones Unidas y la Organización Internacional para las Migraciones. El territorio nacional está fragmentado. Se ha convertido en una especie de confederación de estados que están bajo el control de los grupos irregulares como el Ejército de Liberación Nacional de Colombia, las disidencias de las FARC y los paramilitares, entre otros. Además, los jefes de las Regiones Estratégicas de Defensa Integral que funcionan como virreinatos, incluyendo las zonas operativas y las áreas de defensa integral.

Rafael Ramírez, exministro de petróleo y expresidente de Pdvsa del chavismo, señala que el madurismo “ha destrozado el país y se ha apropiado de los recursos de todos los venezolanos, entregando la economía, las empresas del Estado, Pdvsa, el petróleo, el gas y minerales al saqueo de sus socios nacionales e internacionales. Se sostiene por la violencia, por sus métodos malandros, no tiene ética, ni códigos de actuación”.

El madurismo es pragmático en lo económico. Deja que las transacciones de bienes y servicios se realicen en otras monedas de acuerdo con la zona geográfica: pesos colombianos en la frontera con Colombia, reales en la zona fronteriza con Brasil, euros y dólares en el resto del país. El precio de la gasolina lo fija en dólares. Los productos importados están exentos de aranceles. Flexibiliza el control cambiario. Ha creado dos Venezuela. Por un lado, una clase social (15%) que ha adoptado el dólar y euro como moneda de uso frecuente; y por el otro una clase excluida ―incluye a los 2,5 millones de empleados públicos― con ingresos familiares inferiores a 150 dólares al mes y se encuentra por debajo de los límites de pobreza extrema, según el más reciente estudio de consumo realizado por la firma Datanálisis.

La política de estatizaciones/confiscaciones de Chávez (1999-2012) y el llamado socialismo del siglo XXI han quedado a un lado. Son parte del pasado.

La ideología política es reemplazada por el consumo capitalista. Los ojos de Chávez que solían mirar a Venezuela desde aparentemente todas partes ―oficinas gubernamentales, avenidas, edificios de la Misión Vivienda, escaleras de El Calvario, incluso desde cada escáner de la aduana en el aeropuerto internacional― son reemplazados por anuncios de cosméticos, comida y ropa.

Las vallas publicitarias chavistas con alguna versión del mensaje “patria, socialismo o muerte”, así como los enormes murales de Fidel Castro y Simón Bolívar, están tan derruidos como la economía del país. La idea de que Venezuela “pertenecía a todos” ha dado paso a un paisaje al estilo de Dubái o Miami, con hileras de palmeras a lo largo de la autopista principal de la capital.

A esa nación rota, obra del madurismo, la une el miedo a la represión del régimen y la sombra del hambre. La población que cruza el Tapón del Darién es gente de bajos recursos que no ve futuro en el país y se empeña en el “sueño americano”. Se aferra a la experiencia de ese familiar, amigo o conocido que hizo la ruta y pudo llegar a Estados Unidos, donde a pesar de las dificultades tienen una mejor vida que con el madurismo.

La VI República no será parida por quienes están hoy en Miraflores. Deberá ser el proyecto de la gran mayoría que no se siente representada por los dirigentes que han conducido y permitido la fragmentación del país. En la transición habrá instituciones dominadas por el madurismo como la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia y las Fuerza Armada. Por lo que se requerirá una nueva Constitución que deberá ser convocada por un nuevo Poder Ejecutivo ―distinto al actual―.

La nueva carta magna sería el pegamento necesario para unir al país fragmentado. Solo así entiendo la propuesta de Luis Almagro: “que el madurismo y la oposición venezolana se pongan de acuerdo en una instancia superadora de la crisis política que atraviesa el país y encuentren un ámbito propicio para ‘cohabitar’ en el gobierno compartiendo poderes e instituciones del Estado”. Porque un supuesto triunfo de la oposición en 2024 no garantiza obtener el poder en Venezuela. Las instituciones que controla el oficialismo no cesan sus funciones.

Es un hecho que estamos frente al fin de la V República. Fundar la VI Republica requiere un cambio presidencial en 2024. Lo contrario es seguir en el madurismo.



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