“Leopoldo Galtieri fue tirado por la borda más rápido de lo que pensé.” – Harry Walter Shlaudeman Embajador de EE UU en Argentina 1980-1983
En geopolítica, la desesperación suele ser una consejera peligrosa. Ese parece ser el caso de Nicolás Maduro, que tras usurpar las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024 y enfrentar un aislamiento internacional ha intensificado una vieja disputa territorial con la vecina Guyana por la región del Esequibo.
Lejos de buscar una solución jurídica, Maduro apuesta por la confrontación. Pero esta estrategia no es nueva y rara vez termina bien. Para América Latina, la historia ofrece un espejo incómodo: la unificación de las Islas Malvinas al territorio argentino en 1982, cuando una dictadura agónica trató de aferrarse al poder mediante una guerra patriótica. El resultado fue una derrota militar y la caída del régimen. Las similitudes con la Venezuela actual son, cuando menos, preocupantes.
El Esequibo: de disputa jurídica a polvorín geopolítico
El Esequibo comprende cerca de 160.000 kilómetros cuadrados, equivalentes a dos tercios del territorio guyanés. Aunque ha sido administrado por Guyana desde el laudo arbitral de París en 1899, Venezuela ha mantenido su reclamo, invocando el Acuerdo de Ginebra de 1966 para cuestionar ese fallo, que considera nulo por la supuesta manipulación británica.
En 2018, Guyana llevó el caso ante la Corte Internacional de Justicia, que en 2020 declaró tener jurisdicción para decidir sobre el fondo de la controversia. Miraflores, sin embargo, se ha negado a reconocer esa vía legal, optando por medidas unilaterales: en 2023 celebró un referéndum para anexar el territorio en reclamación y este año, en las elecciones regionales, busca elegir un “gobernador” para lo que ya designó como el estado Guayana Esequiba.
El conflicto ha subido de tono con acciones concretas: una patrulla militar venezolana estuvo varias horas en el Bloque Stabroek, una concesión petrolera frente a las costas guyanesas operada por la gigante petrolera ExxonMobil. La incursión fue interpretada por Georgetown como una provocación, y por Washington como una amenaza directa a sus intereses.
Estados Unidos entra en escena
El pasado 27 de marzo, el secretario de Estado, Marco Rubio, viajó a Georgetown para escenificar el respaldo de Estados Unidos a Guyana. En una rueda de prensa, junto al presidente Irfaan Ali, advirtió: “Sería un día muy malo para el régimen de Maduro si atacara a Guyana o a ExxonMobil. Tenemos una Armada grande y compromisos con este país”.
La declaración no deja lugar a dudas. Al mencionar directamente a ExxonMobil y a las capacidades militares estadounidenses, Rubio ha trazado una línea roja. El mensaje es claro: una agresión contra Guyana o contra intereses económicos estadounidenses tendrá consecuencias para el régimen de Maduro.
El Esequibo ha adquirido una dimensión estratégica para Estados Unidos no sólo por sus reservas energéticas, sino también por la necesidad de contener la influencia de actores como Rusia, China e Irán en el Caribe suramericano. En ese tablero, Guyana representa una joven democracia aliada de Occidente; Venezuela, un régimen sancionado y aislado.
El “momento Malvinas” de Nicolás Maduro
Maduro no ignora su debilidad política. Tras desconocer el triunfo del candidato unitario Edmundo González Urrutia en las elecciones de 2024, su gobierno perdió nuevamente reconocimiento internacional, enfrenta nuevas sanciones y sufre una erosión progresiva de su base de apoyo.
En ese contexto, la causa del Esequibo aparece como un recurso clásico: agitar el nacionalismo territorial para cohesionar internamente. Pero la historia demuestra que estas maniobras rara vez funcionan cuando el régimen está deslegitimado.
El precedente más cercano es la Guerra de las Malvinas. En 1982, el general Leopoldo Galtieri creyó que una “recuperación” patriótica de las islas serviría para postergar el colapso de la dictadura. Fue un grave error de cálculo. La derrota frente al Reino Unido precipitó la caída del régimen militar argentino en menos de un año.
Maduro podría estar cometiendo un error similar, con aún menos respaldo y mayor vulnerabilidad que la Argentina de entonces.
Realidades jurídicas y estratégicas
Desde el punto de vista legal, Venezuela juega con pocas cartas. La CIJ ha aceptado conocer el caso del Esequibo y Guyana se ha mantenido firme en su compromiso con la vía judicial. Al negarse a participar y adoptar acciones unilaterales —como elegir un gobernador para un territorio que no controla—, el régimen de Maduro debilita su posición y se expone a sanciones multilaterales.
Además, un ataque armado violaría el artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas, así como el principio de no intervención del derecho internacional. Cualquier agresión sería vista como una violación de la soberanía de Guyana y podría justificar respuestas diplomáticas, económicas e incluso militares, especialmente si están en juego los activos de empresas estadounidenses.
Cuatro posibles escenarios
A corto plazo, se abren varios caminos:
Desescalada diplomática: Maduro retrocede sin abandonar el discurso nacionalista. Es la opción menos costosa en un corto plazo.
Escalada simbólica: Se mantiene el discurso y se producen gestos sin impacto militar directo, como la juramentación de un “gobernador del Esequibo”.
Confrontación militar limitada: Una acción armada puntual podría desatar una respuesta regional con consecuencias para la cúpula militar que lo sostiene.
Colapso del régimen: Si se produce una derrota militar o una escalada mal calculada, el costo político interno resulta insostenible para Maduro.
Conclusión: el Esequibo no es una tabla de salvación
Lejos de ser una vía de consolidación, el Esequibo podría convertirse en el principio del fin del régimen que lleva 25 años secuestrando un país. La militarización de una disputa jurídica, en un contexto de ilegitimidad interna y presión internacional, representa una apuesta temeraria.
Para Guyana, la defensa del Esequibo es una cuestión existencial. Para Estados Unidos, es un asunto estratégico. Para Maduro, es un callejón sin salida. Si opta por la vía de la confrontación, su permanencia en el poder se acortaría drásticamente.
Las guerras como distracción no siempre terminan con aplausos. A veces acaban con la caída y la cárcel.