Los hechos del pasado miércoles 6 de enero en el Congreso de Estados Unidos sacudieron la democracia de este país. El injustificado asalto al Poder Legislativo por parte de un sector de los seguidores de Donald Trump para evitar la confirmación del triunfo de Joe Biden como el 46° presidente de la nación fue el resultado de la guerra a muerte desarrollada entre las élites demócrata y republicana que defienden el globalismo y el nacionalismo, respectivamente.

La interrupción de la agenda demócrata (Barack Obama-Joe Biden) durante el período 2017-2021 ha hecho que las fuerzas globalistas busquen acabar con Trump y el movimiento nacionalista que cambió el rostro del Partido Republicano en los últimos comicios, porque habló de las frustraciones de tantos estadounidenses que han sido despreciados y descartados por una élite que disfruta de un poder y un privilegio inimaginable –las cifras entre votantes negros e hispanos se incrementaron con respecto al proceso anterior, encendiendo una luz de alarma en el Partido Demócrata–.

La votación por correo –gestionada muy bien por el Partido Demócrata– fue el factor fundamental para determinar la transparencia de los resultados electorales del 3 de noviembre. Según la encuesta nacional telefónica y en línea de Rasmussen Reports cinco de cada diez (47%) estadounidenses dicen que “es probable que los demócratas hayan robado votos o destruido las boletas a favor de Trump en varios estados para asegurar que Joe Biden ganara. Y la otra mitad (49%) considera que eso es poco probable. Esto incluye 36% que dice que el fraude electoral fue muy probable y 39% que piensa que no fue nada probable”. Esto muestra un país dividido en dos toletes. Con una particularidad, Trump sustenta su liderazgo en una política alienada de fe, no de razón, haciendo un uso extenso de las redes sociales. Una fortaleza que no tiene la contraparte.

Por ello, las “Big Tech” –como se conoce a las empresas más grandes y dominantes en la industria de la tecnología de la información de Estados Unidos: Amazon, Apple, Google, Facebook y Microsoft– decidieron eliminarlo del espacio cibernético al mejor estilo de los regímenes autoritarios. Twitter le suspendió permanentemente la cuenta personal la semana pasada. Y Facebook hizo lo mismo 24 horas antes. Mantienen suspendido su perfil, al menos hasta que se complete la transición política en Estados Unidos, el 20 enero, cuando Joe Biden jure como nuevo presidente.

Para rematarlo, los gigantes de la tecnología se fueron contra el competidor de Twitter, Parler, que se convirtió en el refugio para los partidarios de Trump, así como para las figuras más conservadoras. Google y Apple sacaron indefinidamente a Parler de sus App Store el fin de semana. Luego, Amazon le dio el tiro de gracia el domingo, retirándole el servicio de almacenamiento de datos en sus nubes. Lo que dejó sin comunicación a los usuarios móviles de Parler.

La acción de eliminar a Trump del espacio cibernético no fue suficiente. El lunes, muchas de las grandes corporaciones estadounidenses anunciaron la suspensión de las donaciones políticas a 139 representantes y 8 senadores republicanos que defienden a Trump. Van desde Wall Street, el sector petrolero de Texas hasta Silicon Valley.



En la lucha por acabar con el nacionalismo de Trump, la élite globalista busca quitarle sus derechos políticos (segundo juicio político) y persigue a sus defensores, creando listas negras que recuerdan la cacería de brujas del macartismo en los años cincuenta del siglo pasado, salvando las distancias.

Si el nuevo gobierno de Joe Biden-Kamala Harris intenta recuperar los cuatro años perdidos de su agenda globalizadora con censura, manipulación y sesgo de las redes sociales, crearán las condiciones para que Estados Unidos deje de ser “the shining city upon a hill”.

Más bien los hechos del pasado miércoles en el Congreso de Estados Unidos deberían servir como punto de partida para el renacimiento de su maltratada democracia –como lo demostró ese día–. Y es que los nuevos y agresivos usos del poder corporativo y políticamente respaldado para silenciar a grandes franjas de defensores de Trump serán destructivos de una manera que todos los estadounidenses pueden vivir para lamentar.



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