“En una lucha no violenta, la única arma que vas a tener es el número de personas (...) El poder de la resistencia radica en la unidad y la coordinación.” – Srdja Popovic

Por años, Venezuela ha sido el escenario de un conflicto político en el que la oposición, el régimen de Nicolás Maduro y la comunidad internacional desempeñan roles clave en una cruzada que define el destino del país. A primera vista, puede parecer que es una lucha de poder en la que la fuerza bruta decide los resultados, pero una mirada más profunda revela que se trata de estrategias. Este análisis, desde la teoría de juegos, nos permite entender por qué los esfuerzos por un cambio democrático en Venezuela han sido ineficaces hasta ahora y qué debe hacerse para romper el estancamiento.

El régimen: la estrategia dominante

Nicolás Maduro y su régimen llevan adelante una estrategia dominante. Para ellos, la única opción viable es mantenerse en el poder a toda costa. La represión, el control de las instituciones y la manipulación electoral no son simples herramientas de coerción, sino elementos centrales de su estrategia. Desde la perspectiva del régimen, cualquier concesión, por pequeña que sea, significa el principio de su colapso. En términos de la teoría de la interacción estratégica han establecido un “equilibrio coercitivo”, en el que el uso de la fuerza y la intimidación son las únicas formas de garantizar su supervivencia.

El robo de la victoria electoral del 28 de julio de 2024, cuando la oposición liderada por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia logró vencer en las urnas —así lo confirman 86% de las actas, unas que el oficialismo jamás mostró, valga la acotación—, fue un movimiento calculado. Los ocupantes de Miraflores sabían de antemano lo riesgoso que era reconocer esta victoria. Así, recurrieron a su estrategia dominante: el desconocimiento de los resultados y la proclamación exprés del candidato oficialista como presidente reelecto para el período 2025-2031. Para Maduro, ceder ante la oposición es una opción inaceptable y esta postura ha dejado poco espacio para la negociación.

La oposición: coordinación interna

La oposición venezolana enfrenta un desafío mucho más complejo: la coordinación interna. Si bien todos comparten un objetivo común —desalojar al régimen de Maduro y restaurar la democracia—, una división entre los partidos y liderazgos impediría una estrategia cohesionada. La oposición se encuentra en una resistencia popular que no ponga en riesgo vidas de manifestantes, en la que la clave para el éxito radica en mantener la unidad en la diversidad, de propósito y acción, y una movilización sostenida, a pesar de la represión.

Sin embargo, en el pasado, los intentos de cohesión han sido difíciles. La falta de consenso sobre cuál debe ser la estrategia principal —movilización interna, presión internacional o un balance de ambas— es una de las causas de su desequilibrio. Cada facción contra el régimen sigue su propio camino, lo que debilita el movimiento general. Este dilema es el gran riesgo de las fuerzas democráticas: sin una estrategia coordinada, el régimen de Maduro sigue imponiendo la propia sin contrapesos significativos.

La sociedad civil: el dilema del prisionero

Actualmente, la sociedad civil venezolana, el pueblo, es la columna vertebral del movimiento opositor, pero se enfrenta al dilema del prisionero. Cada individuo teme que su participación en protestas o manifestaciones sea en vano debido a la represión. El resultado de esta inacción colectiva es devastador: la dictadura se vería fortalecida al no enfrentar una oposición popular contundente.

La sociedad civil tiene entonces dos opciones: mantenerse en pie de lucha, movilizado en pro de un cambio o traicionar sus ideales, sucumbiendo al agotamiento y la resignación. Si suficientes personas eligen la inacción, el régimen permanecerá intacto. Sin embargo, si una cantidad significativa de ciudadanos decide movilizarse, en resistencia pacífica, la presión sobre Maduro podría alcanzar un punto de no retorno. La clave para romper este ciclo está en lograr que los venezolanos, desgastados por años de crisis, mantengan la esperanza de que una gran movilización es una herramienta efectiva para el cambio del régimen.

La comunidad internacional: presión

La comunidad internacional también desempeña un papel crucial en esta lucha de poder, pero sus opciones están limitadas. A través de sanciones económicas y diplomáticas se ha presionado a la dictadura para que acepte una transición democrática. Sin embargo, los resultados han sido mixtos. Es cierto que han debilitado la fuerza económica del régimen, pero no así el control de Maduro sobre la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia, la Fiscalía, ni el apoyo de cúpula militar.

La comunidad internacional está inmersa en una estrategia de presión: intensificar las sanciones para empujar al régimen hacia el colapso, pero también podría agravar una crisis humanitaria en el país. Una acción más moderada, por otro lado, podría ser interpretada como una falta de compromiso con la defensa de la democracia y los derechos humanos, que alentaría a Maduro a seguir adelante sin temer represalias significativas. Para ser efectiva, la comunidad internacional necesita coordinar sus pasos con las fuerzas democráticas y la sociedad civil venezolana, algo que hasta ahora ha sido nominal, por ejemplo, los ingresos por las exportaciones de petróleo.

El estancamiento: coordinación fracasada

El análisis de estos actores sugiere que en este momento hay una sensación de estancamiento. Tanto la oposición como la sociedad civil y la comunidad internacional tienen objetivos alineados, pero la falta de una coordinación efectiva ha permitido al régimen de Maduro mantenerse en el poder. La modelización de conflictos nos enseña que cuando los actores no logran coordinarse adecuadamente, los resultados no son óptimos para nadie, excepto para el actor dominante. En este caso, Maduro.

Para romper este estancamiento es necesario que las fuerzas democráticas y la sociedad civil logren un equilibrio de coordinación que maximice la movilización interna y el apoyo externo. Esto implica que los diferentes sectores contra el régimen deben seguir unidos en torno a la estrategia común —desalojar al régimen de Maduro y restaurar la democracia—, evitando divisiones que permitan al régimen sobrevivir. Al mismo tiempo, la comunidad internacional debe maximizar su presión de manera coordinada, asegurando que Maduro no tenga margen para maniobrar.

Conclusión: coordinación o colapso

El futuro de Venezuela depende de la capacidad de los actores democráticos para coordinar sus esfuerzos. Si la oposición, la sociedad civil y la comunidad internacional actúan de manera conjunta, el régimen de Maduro podrá finalmente enfrentar una crisis insostenible. Sin embargo, si falla la coordinación, se arraiga el estancamiento y con él, el sufrimiento de millones de venezolanos.

En última instancia, la historia nos ofrece una lección crucial: los grandes cambios no ocurren solo porque los diversos actores tienen el mismo objetivo, sino porque logran coordinar sus esfuerzos hacia ese fin. La clave para el futuro de Venezuela no está solo en la fuerza de las ideas o la movilización, sino en la capacidad que tengan todos los miembros de la alianza contra el régimen de trabajar juntos de manera estratégica y eficaz.



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