Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años de edad, se convirtió este domingo en el primer político elegido tres veces presidente de Brasil. Aunque Jair Bolsonaro no quiso reconocer los resultados de inmediato y la situación en algunas regiones del país parecía un déjà vu de lo sucedido en Estados Unidos el 6 de enero de 2021, la victoria del candidato del Partido de los Trabajadores confirma la solidez de la democracia en el vecino país.
El triunfo del líder metalúrgico se debe, en parte, al recuerdo que tienen los sectores populares de los logros alcanzados durante su gobierno (2003-2010). El alto precio de los commodities durante la primera década del siglo XXI redundó en una mejora significativa de los indicadores económicos y sociales de Brasil. Esa es la razón por la cual, en el nordeste de esa nación suramericana, por ejemplo, una región de mucha población y también mucha pobreza, Lula obtuvo 69% de los sufragios.
El nuevo presidente obrero, que ganó con el menor margen de votos desde el regreso de Brasil a la democracia, es rechazado por una parte importante e influyente en la economía brasileña debido a los escándalos de corrupción ―Operación Lava Jato (Petrobras, Odebrecht) ― que enfrentó durante su gobierno, la ruina económica producida por su sucesora Dilma Rousseff y al sectarismo ideológico de la agenda de su organización política, PT. Es importante mencionar que Bolsonaro se impuso en los estados que generan 95% del PIB.
Su triunfo, sin embargo, tuvo resonancia mundial. Los miembros del Grupo de Puebla festejaron su victoria. Los mandatarios escribieron en sus cuentas de Twitter: “Un tiempo de esperanza y de futuro en América Latina”. “A favor de la unidad, la paz y la integración latinoamericana y caribeña”. “Habrá igualdad y humanismo”. Será el gobierno de los “más pobres”. “Viva Lula”.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, lo felicitó también esa misma noche, pero por otra causa. “Será el próximo presidente de Brasil de unas elecciones libres, justas y fiables”. Y este lunes ratificó en una conversación telefónica la sólida relación entre su país y Brasil frente a desafíos comunes, como “la lucha contra el cambio climático, la salvaguardia de la seguridad alimentaria, la promoción de la inclusión y la democracia, y la gestión de la migración regional”.
El Grupo de Puebla piensa que el triunfo de líder sindical apuntalará los 33 objetivos de su Manifiesto (febrero, 2021) en América Latina y el Caribe.
No obstante, el camino no se vislumbra lleno de rosas para Lula en su tercer período presidencial. En esta ocasión tendrá que enfrentarse a un Congreso con fuerzas de derecha que han ganado posiciones importantes en la legislatura y en los estados. Una oposición más amplia y radical que la de hace 20 años cuando llegó al poder por primera vez.
Además, las amenazas de Rusia y China ―dos miembros del grupo BRICS― a la seguridad nacional de Occidente, que según la nueva estrategia de defensa nacional de Estados Unidos afectarán la agenda internacional de Lula.
La invasión rusa a Ucrania ha conducido al aumento de la inflación y los tipos de interés en todo el mundo, contribuyendo a acrecentar los riesgos de una recesión mundial en su primer año de gestión. Y, en lo nacional, las finanzas del gobierno requieren un ajuste creíble y riguroso.
Por lo tanto, para alcanzar su objetivo de que “la iniciativa privada sea solidaria con el Estado respecto del logro de sus metas en materia de inclusión social, generación de trabajos dignos y mayor participación democrática”, Lula tendrá que ser pragmático y moverse al centro, tanto política como económicamente. Tendrá que rodearse de personas competentes, más allá del estrecho radio del partido y sus aliados de la izquierda.
Lo contrario, la imposición de la agenda del Foro de Sao Paulo o del Grupo de Puebla, no le generará los recursos necesarios para satisfacer las apremiantes demandas en educación, sanidad y asistencia social de los brasileños. Y si, además, no permite una economía libre y competitiva, Brasil no alcanzará el crecimiento sostenido esencial para reducir la pobreza.
En conclusión, en esta tercera presidencia, uno de los retos de Lula será la lucha entre la restauración de la política corrupta y corporativista enfrentada por Bolsonaro y un Estado moderno con una economía libre y competitiva. El otro será definir si sigue alineado con los intereses de Rusia y China o con los de Occidente, sobre todo con los de la administración Biden.
Los 77 años que tiene y su último mandato indican que será muy pragmático a la hora de tomar las decisiones que marcarán su legado, en especial después de haber estado 580 días en la cárcel por recibir sobornos de la contratista Odebrecht.