El acuerdo adoptado en la Conferencia por el Cambio Climático de Naciones Unidas (COP27), que se desarrolló en Egipto, ha dejado más dudas que certezas.
El mundo registra una temperatura de 1,2°C más caliente que en la época preindustrial. Dado el impacto duradero de los gases de efecto invernadero ya emitidos, así como la imposibilidad de detener las emisiones de la noche a la mañana, no hay manera de que se pueda evitar ahora un aumento de la temperatura en la Tierra de más de 1,5°C, límite acordado en la Cumbre de París, en 2015.
Las acciones para evitar el calentamiento global tienen una relación interdependiente. Si un país hace todos los sacrificios necesarios para alcanzar las emisiones netas cero, solo se beneficiará si el resto del mundo hace lo mismo. Y las economías avanzadas, que han creado la mayor parte de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, no están dispuestas a desembolsar los miles de millones de dólares en subsidios que las naciones en desarrollo necesitan para lograr emisiones netas cero y adaptarse a un clima más cálido. Mientras tanto, las economías emergentes que producen actualmente la mayor parte del flujo de nuevas emisiones ―como China y la India― pueden resistirse a reducir sus emisiones hasta tener productos internos brutos más altos, quizás en una o dos décadas más.
Otro factor, la desglobalización que se está acelerando a través de una combinación de proteccionismo a la vieja usanza, de la nueva moda del “near shoring” (limitar el comercio a los países con valores compartidos) y de prohibiciones y sanciones por motivos geoestratégicos. Para ver por qué esta tendencia frustrará las respuestas globales al cambio climático, consideremos las tres categorías de acción climática: mitigación (reducción de emisiones), adaptación y migración a mejores condiciones. La secuencia aquí es importante, porque los retos que implica cada categoría serán más difíciles si se hace menos en la que la precede. Si hacemos muy poco en materia de mitigación, necesitaremos más adaptación, y si hacemos muy poco en materia de adaptación, veremos más migración por razones del cambio climático, huyendo de su hábitat cada vez más inhóspito.
La desglobalización también obstaculizará la producción, la inversión y la innovación necesarias para sustituir los procesos de producción intensivos en carbono por recursos energéticos renovables.
Por lo tanto, no hay una transición energética para lograr emisiones netas cero sino varias transiciones energéticas, dependiendo del desarrollo económico del país.
Por ejemplo, en Estados Unidos, dos tercios de su energía proceden de los combustibles fósiles, y casi un tercio proviene del carbón. Esto es el cuádruple de la cantidad de energía que se obtiene de la eólica y la solar, que son formas de energía limpias. Pero la administración estadounidense no lo ve así.
El presidente Joe Biden reiteró recientemente su promesa de acabar con la producción de carbón. “Nadie está construyendo nuevas plantas (...) Más bien, vamos a cerrarlas en todo Estados Unidos para tener energía eólica y solar”.
Pero en este momento, hasta los ambientalistas europeos están recurriendo al carbón para suplir el gas natural que dejaron de recibir desde Rusia. Actualmente, el mayor contaminante es China. El régimen de Pekín ha estado alimentando su rápida expansión industrial con combustibles fósiles. En consecuencia, han duplicado con creces su producción y consumo en la última década. Incluso, cuando en Estados Unidos se ha reducido su uso a casi la mitad, Pekín está construyendo docenas de nuevas plantas eléctricas de carbón.
En 2020, el Departamento de Energía de Estados Unidos (DOE, por sus siglas en inglés) emitió un informe en el que se constataba que la generación de electricidad con carbón es hoy más limpia que nunca. “Las investigaciones demuestran que una nueva planta de carbón con controles de contaminación reduce los óxidos de nitrógeno en 83%, el dióxido de azufre en 98% y las partículas en 99,8%, en comparación con las plantas sin controles”.
En septiembre de este año, el DOE publicó otro informe en el cual señaló que cientos de centrales eléctricas de carbón de Estados Unidos podrían convertirse en centrales nucleares, lo cual crearía nuevos puestos de trabajo, aumentaría el beneficio económico y mejoraría significativamente las condiciones medioambientales. El estudio reveló que las emisiones de gases de efecto invernadero en una región podrían reducirse en 86% cuando las centrales nucleares sustituyan las de carbón, lo que equivale a retirar de las carreteras más de 500.000 vehículos de pasajeros con motor de gasolina.
Mientras esto sucede en Estados Unidos, en China y la India hay una adicción a los combustibles fósiles. Y en las economías emergentes, el gas es fundamental para la transición energética. Si no se manejan las distintas realidades será difícil alcanzar las emisiones netas cero en 2050.
En conclusión, no hay una transición energética sino transiciones.
La COP27 lo demostró a pesar de haber logrado la creación de un fondo de financiación dedicado a paliar las pérdidas y daños del cambio climático.
Entonces, como ya dije, no hay manera de que la Tierra pueda evitar por ahora un aumento de la temperatura superior a 1,5°C. Por otro lado, la imposición a rajatabla de la administración Biden de reducir 65% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 traerá la frustración de no alcanzar la meta y una crisis mundial en todos los órdenes: geopolítico, económico y social.