Las terribles imágenes de los cuerpos de civiles muertos en las calles de Bucha ―algunos con las manos atadas y otros con heridas de bala en la cabeza―, un suburbio de la capital de Ucrania, muestran que fueron asesinados por el ejército ruso cuando controlaba la ciudad hace tres semanas, según el análisis de las imágenes satelitales realizado por el diario estadounidense The New York Times.

En este siglo, nunca pensamos que las masacres ocurridas en la Segunda Guerra Mundial y en la década de los noventa volverían a ocurrir en Europa.

El nuevo orden mundial liberal que surgió después de 1945 se comprometió con el “Nunca más”. “Nunca más habría un genocidio. Nunca más las grandes naciones borrarían del mapa a las más pequeñas. Nunca más nos dejaríamos engañar por dictadores que utilizarán el lenguaje del asesinato en masa”, escribió Anne Applebaum en su reciente artículo en The Atlantic.

Asimismo, dio origen al proyecto europeo que busca soluciones negociadas a los conflictos y promueve la cooperación, el comercio y los intercambios. Y cuando los regímenes autoritarios, posguerra fría, abrazaron la democracia para mantener el poder, realizando elecciones controladas y manejando los poderes públicos y medios de comunicación, el orden liberal asumió que el comercio fortalecería el Estado de Derecho y la libertad. La creación de riqueza traería el liberalismo. El capitalismo conduciría a la democracia y la democracia facilitaría la paz.

Los regímenes autoritarios han sacado ventaja de la buena fe del orden liberal al subestimar sus verdaderas intenciones: la destrucción del mundo occidental.

Las compañías y los bancos de Occidente se han asociado a empresas corruptas y controladas por el Estado ―bases del Estado mafioso―, dándole impunidad a los negocios.

En el caso de Rusia, las grandes empresas de gas y petroleras occidentales se asociaron con un grupo de poderosos oligarcas y políticos que se habían robado abiertamente los activos después del proceso de liberalización de los mercados y la privatización de activos de la desaparecida Unión Soviética en los años noventa. Los centros financieros de Europa hicieron lo mismo, un lucrativo negocio en Rusia, estableciendo sistemas ―paraísos fiscales― que permitían a esos mismos cleptócratas rusos exportar su dinero robado y mantenerlo colocado, de forma anónima, en propiedades y bancos de Europa.

Durante veinte años hemos creído que no había nada malo en enriquecer a los dictadores y a sus compinches del siglo XXI.

Los ingresos por exportaciones petroleras de 4 billones de dólares durante las 2 últimas décadas ―un poder económico sometido al Kremlin― han permitido a Putin financiar las diferentes guerras, ya sea en Rusia, con países vecinos y en otras zonas de influencia: desde Chechenia (1999) y Georgia (2008) hasta Ucrania I (2014), Siria (2015) y Ucrania II (2022). Igualmente, han logrado acorralar a la oposición, en medio de acusaciones de usar a sus servicios secretos para atentar contra los que han desafiado al régimen (ya fueran espías desertores, adversarios políticos y multimillonarios rivales).

La idea de enriquecer a los dictadores se observó también en Venezuela. Las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y el régimen de Hugo Chávez estuvieron centradas en la llamada “tesis Maisto”, por el entonces embajador estadounidense en Venezuela entre 1997-2000, John Maisto: a Chávez –sostenía la tesis– había que juzgarlo por lo que hacía y no por lo que decía.

Los resultados en el plano político fueron las alianzas con Cuba, Irán, China y Rusia. En el ámbito económico, la estrategia estuvo dominada por la utilización del petróleo como un elemento fundamental para la articulación de nuevas alianzas, Petrocaribe -Alba. Asimismo, desarrolló el financiamiento a los grupos terroristas de las FARC y el ELN de Colombia en los negocios del narcotráfico, minerales y combustibles, entre otros.

Después de la muerte de Chávez en 2012, su sucesor ha profundizado las relaciones del Estado mafioso al mejor estilo ruso, pero a través de enchufados. Al igual que Putin, Nicolás Maduro ha usado las fuerzas de seguridad para cometer crímenes de lesa humanidad. En su caso, en el contexto de las protestas públicas que se registraron en el país desde 2014.

Occidente, sobre todo Estados Unidos, ha subestimado a la “banda de los tiranos”: Putin, Xi, Lukashenko, Maduro, Díaz-Canel, por mencionar algunos.

En consecuencia, los hechos de Bucha instan a Occidente a redefinir las relaciones comerciales con el exagente de la KGB, pues en la práctica hacer negocios con dictadores promueve el fortalecimiento de las tiranías, no la democracia.

Si Occidente no demanda responsabilidades por los crímenes de guerra en Bucha, Putin se burlará del orden mundial liberal una vez más y seguirá asesinando, torturando, intimidando, robando y chantajeando a las democracias.

Pero si el régimen del invasor cae, las acusaciones pueden ayudar a garantizar que los criminales de guerra de Bucha pierdan el poder con él. Por consiguiente, es necesario darle contenido al “Nunca Más”.



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