El viernes pasado, Vladimir Putin decidió salir del acuerdo petrolero con el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, que se había logrado a finales de 2016 para detener la debacle de los precios de petróleo. El pacto, que se denominó OPEP+, incluye a los 13 miembros del cártel petrolero y a 23 países productores. Sin embargo, a la hora de la verdad, Arabia Saudita y Rusia son los que deciden al bombear 22% de la producción mundial.

Hay que agregar que esta alianza entre Rusia y Arabia Saudita ha sido vista con buen agrado por Donald Trump. Basta recordar los tweets que publicó cada vez que el precio del crudo amenazaba el crecimiento económico mundial, sobre todo el de Estados Unidos. En ese momento, el mandatario sugería a la OPEP ejercer su rol de swing producer para mantener el precio del petróleo que permitiera mantener la expansión económica en el país norteamericano.

En este sentido el Covid-19 (coronavirus) amenaza con desacelerar el crecimiento mundial en 1,5% (promedio), dependiendo de la capacidad de respuesta de los gobiernos. En el caso de China, que optó por el aislamiento y control de la población, la demanda de petróleo ha tenido una caída de 2,9 millones de barriles diarios en febrero, según los datos de Rystad Energy.

Asimismo, la Agencia Internacional de Energía estima una disminución en la demanda mundial de petróleo de 90.000 b/d con respecto a 2019, colocándola en 99,9 millones de barriles diarios en 2020, por lo que habría que sustraer de la producción del segundo trimestre 2 millones de barriles diarios para ver una estabilización en los precios del petróleo, si el cierre de la producción de Libia de 1,1 millones de barriles diarios vuelve a estar en línea.

En este sentido, la OPEP (Arabia Saudita) propuso un recorte adicional al acordado en diciembre de 1,5 millones de barriles diarios a partir de abril. El cártel asumiría 1 millón de barriles diarios y los productores independientes el resto, 500.000 barriles diarios.

Tres años de la política de precios reduciendo la oferta -sistema cuotas- por parte de la OPEP+ ha permitido un precio del barril WTI de 51 dólares, 65 dólares y 57 dólares promedio año en 2017, 2018 y 2019, respectivamente.

Con estos precios la industria petrolera de Estados Unidos ha logrado consolidar la producción de hidrocarburos no convencionales (explotación de las cuencas de lutitas: shale oil y shale gas), e incrementar la de petróleo (convencional y no convencional) en 1,175 millones de b/d en 2017; 2,065 millones de b/d en 2018; y 741.000 b/d en 2019, para un total de 3,981 millones de b/d en 3 años.

El año pasado, la brecha entre Estados Unidos y Rusia en la producción de petróleo fue de 1.176 millones de b/d en diciembre.



Esta política de precios de la OPEP+ ha transformado a Estados Unidos en el mayor productor mundial de petróleo, y, de acuerdo con la Administración de Información de Energía, podría convertirse en un exportador neto de crudo y gas natural en 2025 y mantener ese estado hasta 2050, en función de los precios.

Esta es la razón por la que Putin no acompañó la reciente propuesta saudita del recorte de producción de petróleo de 1,5 millones de barriles diarios. Haber perdido el liderazgo petrolero y, en corto plazo, el de la producción de gas natural constituyen una amenaza para la influencia de la geopolítica rusa, sobre todo en Europa, por el suministro del gas (65% de la producción rusa). Además, la revolución del shale gas ha hecho que su precio esté por el suelo.

Por lo tanto, Putin, ante el miedo de ser humillado de nuevo por Estados Unidos como en la caída del muro de Berlín, cambia el juego para establecer el precio de petróleo. Pasa de un mercado regulado a uno libre. Busca sacar de la oferta el petróleo de esquisto de Estados Unidos por sus costes de producción, que están por encima de los de Rusia y Arabia Saudita.

Con esta acción Putin enfrenta al príncipe heredero de Arabia Saudita, que requiere un precio de 72 dólares el barril para equilibrar el presupuesto del reino. En una guerra de precios necesita incrementar el volumen de venta de petróleo para balancear las cuentas.

El miedo de Putin y la soberbia del joven príncipe saudí se enfrentan en un juego de costos marginales. Ambos tienen mercancías con costes bajos. Arabia Saudita tiene ventaja porque su crudo cuesta producirlo la mitad del ruso. El Kremlin necesita un barril de 42 dólares para equilibrar el presupuesto, 30 dólares menos que el de Riad. Los dos tienen una capacidad de producción de petróleo equivalente a los 12 millones de barriles diarios. La diferencia es que la petrolera Saudi Aramco puede incrementar la producción en 2,4 millones de barriles diarios en el corto plazo, mientras las empresas rusas lo harían en 400.000 barriles diarios.

Putin dispone de un fondo soberano de 170.000 millones de dólares para aguantar los desequilibrios presupuestarios, mientras que Bin Salman cuenta con 491.000 millones de dólares en reservas internacionales.

En esta nueva realidad, la primera jugada saudita fue en los contratos de abril: Aramco dio descuentos de más de 8 dólares a los clientes de Europa nororiental, un mercado clave para Rusia; entre 4 y 6 dólares a las refinerías en Asia y 7 dólares a las estadounidenses. El recorte de precio más grande en los últimos 20 años.

Luego de la acción saudita, el mercado petrolero en Asia y Europa reaccionó violentamente y sufrió su mayor desplome desde 1991, mientras que Wall Street lo sostuvo para evitar un desplome de la economía estadounidense, que está siendo afectada por el efecto coronavirus. Un efecto que impactaría en la carta de presentación de Trump para su reelección presidencial, el bolsillo de los ciudadanos estadounidenses.

En consecuencia, habrá que esperar entonces para ver si el miedo de Putin logra paralizarlo y regresa a la mesa del soberbio Mohamed bin Salman para retornar al sistema de cuotas de la OPEP+.



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