En el pecho de la patria,
donde el río lleva gritos de esperanza,
y la montaña resiste la sombra del tirano,
se alza el pueblo como un huracán dormido,
esperando el alba que sus manos erigirán.
La historia no tiene dueño,
es del hombre que la hace al andar.
Hoy, en cada calle, en cada mirada,
el pueblo escribe con fuego su libertad,
como un poema que el viento no puede borrar.
Tú, Venezuela, madre de sueños y quebrantos,
has visto a tus hijos caer y levantar,
como árboles que buscan el sol
entre las ruinas de un invierno sin final.
Pero hoy la esperanza florece,
como un girasol que desafía la tormenta.
La tiranía lanza su red de sombras,
teje mentiras que quieren ahogar la verdad.
Pero el pueblo, como el mar,
no se doblega ante el peso de las cadenas;
rompe la noche con su canto,
derriba muros con su unidad.
¿Qué es el miedo frente al fuego del corazón?
¿Quién puede detener a la ola que nace de mil gotas unidas?
En cada paso, en cada voz,
la justicia encuentra su sendero,
y el mañana comienza a nacer.
Venezuela, hoy eres río, y montaña,
grito y silencio, herida y sanación.
Eres la lágrima que germina,
la bandera que ondea en las manos de un niño.
Eres la luz que insiste,
la memoria que no olvida.
En este Adviento de lucha,
donde la fe abraza a la razón,
que la palabra sea espiga,
que el verso sea camino,
que la patria sea el fruto de nuestra unión.
Venezuela, el porvenir te pertenece.
Y en tu pecho, que arde como el sol naciente,
late ya la certeza de la libertad.