Una generación de venezolanos vive en un país distinto al de sus padres. Los veinte años de chavomadurismo han impactado en lo político, social y económico a la Venezuela del puntofijismo, influenciando los rasgos que contribuyen a definir la identidad de sus habitantes.

El pasado viernes, en México, se inauguró el que viene a ser el tercer proceso de “negociación” entre el régimen de Nicolás Maduro y el gobierno interino de Juan Guaidó. La firma del Memorándum de Entendimiento entre las partes –con el reino de Noruega como facilitador y México como país observador– se logró después de casi un año de habilitarse lo que se conoce como el Mecanismo de Oslo, que permitió acordar modo, tiempo, lugar y delegados.

La nueva negociación viene precedida por una serie de diálogos que solo ha servido para desgastar a la oposición y para que el oficialismo gane tiempo y continúe en el poder. Desde 2014, las conversaciones fueron facilitadas por Unasur, el Vaticano, República Dominicana-José Luis Rodríguez Zapatero, y Noruega. Los representantes de Guaidó solo participaron en los dos últimos.

Esta ocasión, sin embargo, se distingue de todas las anteriores por su internacionalización. Cada una de las partes tiene un país amigo: el Reino de los Países Bajos está con el gobierno interino y Rusia con el régimen. Además de los cinco que actúan como acompañantes. Por el lado de Guaidó están Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Colombia Canadá, y en el caso de Maduro son Turquía, Irán, Bolivia, China y Nicaragua. Este aspecto conlleva a que la solución a la crisis venezolana sea ahora geoestratégica. Por primera vez, desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962, Rusia participa en asuntos internos de la región.

El mensaje es claro por parte de Moscú. Se convierte en un player para la Seguridad Nacional de Estados Unidos. Al asociarlo con los hechos registrados recientemente en Afganistán, podría ocurrir el fin de la Doctrina Monroe de “América para los americanos”.

La presencia de los gobiernos democráticos que reconocen el interinato y los regímenes que apoyan la dictadura significan la aceptación de que intervienen factores globales en el conflicto de Venezuela.

La puja, entonces, para una solución pacífica o diplomática requiere tomar en cuenta las lecciones aprendidas de los diálogos anteriores y las negociaciones recientes de Estados Unidos con México (crisis migratoria); Irán (armas nucleares); Afganistán (retiro de las tropas estadounidenses); el proceso de Paz de Colombia, entre otras.

Los regímenes que apoyan al heredero de Hugo Chávez buscan finiquitar la hegemonía global de Estados Unidos para acabar con el mundo unipolar que surgió después de la caída de la Unión Soviética. Y nada mejor que en su patio trasero. Algo similar a lo que sucedió en los países de la Cortina de Hierro una vez derrotada la URSS. Se incorporaron al sistema mundial internacional, liderado por Estados Unidos.

Para esta confrontación fue escogida México. Y el mecanismo usado es la diplomacia, en la cual la forma es el contenido. En este sentido debemos fijarnos en la narrativa del régimen de Maduro.

Antes de ir a México dijo que había tres condiciones para asistir: “Levantamiento inmediato de todas las sanciones y medidas coercitivas unilaterales; reconocimiento pleno de su Asamblea Nacional y los poderes del país y la devolución de cuentas bancarias a Petróleos de Venezuela y el Banco Central de Venezuela”. Nada de eso ocurrió.

Firmó el Memorando de Entendimiento con la intención de acordar: “1. Derechos políticos para todos. 2. Garantías electorales para todos. Cronograma electoral para elecciones observables. 3. Levantamiento de las sanciones. Restauración de derecho a activos. 4. Respeto al Estado Constitucional de Derecho. 5. Convivencia política y social. Renuncia a la violencia. Reparación de las víctimas de la violencia. 6. Protección de la economía nacional y medidas de protección social al pueblo venezolano. 7. Garantías de implementación, seguimiento y verificación de lo acordado”. Ahora lo quiere aprobar en su AN para darle “fuerza legal”. “Es un Memorando de Entendimiento legal”, dijo Maduro. No cambia nada.

Al día siguiente de la firma del Memorando, Maduro mostró ante las cámaras de televisión la foto de los integrantes de la delegación. “Estos son los rostros de la delegación que Guaidó y Capriles enviaron a México a la Mesa de Diálogo”. Busca que los 30 países que respaldan a Guaidó como presidente interino lo reconozcan como legítimo.

Para reforzar este relato, libera condicionalmente a Freddy Guevara para que reemplace al embajador de Guaidó ante Estados Unidos, Carlos Vecchio, en la comisión negociadora, con el fin de acabar con la sombra del gobierno interino. Se sabe que, si Vecchio asiste a la próxima reunión el 3 de septiembre, Guevara regresará a la cárcel.

A pesar de ello, todas las jugadas de Maduro indican que tiene una posición débil, pues recurre a estrategias como la del bluff en un juego de póker. No así Guaidó, al menos en el contexto internacional, pues ayer mismo el Departamento de Estado de Estados Unidos desechó la posibilidad de reunirse con el sucesor de Chávez y le recomendó entenderse con los representantes del gobierno legítimo de Venezuela. Un espaldarazo que no cae mal en este momento.

Una cosa sí es cierta: en esta oportunidad el que se pare de la mesa pierde. A los países de uno y otro bando, amigos y acompañantes, se les hará difícil sostener a Guaidó o Maduro.

Conscientes de esta realidad, los delegados de la Plataforma Unitaria que representan a la oposición deben empezar a negociar por objetivos superiores y dejar de lado las transacciones personales/partidistas.

Así que cada delegado debe trabajar en un acuerdo que permita el retorno de la democracia a Venezuela. Si no lo hiciera, que “Dios y la patria os lo demanden”.



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